Las lágrimas de Edwin Cardona, el llanto de Álex Mejía, la bronca contenida del profesor Juan Carlos Osorio y la desazón de Daniel Bocanegra son testimonios del dolor de Atlético Nacional. Sin embargo, los aplausos fluyen desde el corralito de la tribuna Centenario, ahí mismo, donde dos mil fanáticos verdolagas alientan, muy a pesar de la derrota. Merecen el reconocimiento estos valientes jugadores paisas. A fin de cuenta, llegaron a la final de la Copa Sudamericana y le jugaron de igual a igual a River Plate, el coloso de estas tierras.
No obstante, el sueño continental se desvaneció apenas en cinco minutos, en esas dos pelotas paradas que aprovecharon los defensores millonarios y que Franco Armani, el superhéroe del primer tiempo, no pudo detener. Y el campeón es argentino, se viste de banda roja y ya parece una bestia negra de los colombianos. Como aquellos duelos con América de Cali, en las Libertadores de 1986 y 1996, los millonarios se quedaron con el trofeo en disputa.
Y lo celebraron en un estadio cargado de gente, iluminado por los fuegos artificiales y esa pasión desatada por un título internacional que se les negaba desde 1997, cuando alzaron la Supercopa ante São Paulo de Brasil, aquí mismo, en el Monumental.
No pudo cumplir con su sueño de ganar un título fronteras afuera de Colombia el profesor Osorio. Y se le debe haber explotado ese bolígrafo rojo que utiliza para hacer sus anotaciones durante los partidos cuando Gabriel Mercado y Germán Pezzella aprovecharon dos tiros de esquina de Leonardo Pisculichi para ganar el partido. No defendió bien Nacional, a pesar de la altura de sus zagueros centrales. Y River le ganó en el cielo del área, nada menos.
Fue un justo vencedor el equipo argentino, que cosechó más méritos que el conjunto verdolaga. Y quedó claro: la final se perdió en el Atanasio Girardot, después de ese primer tiempo que terminó ganando y no pudo sostener en el complemento. En Buenos Aires tuvo situaciones aisladas, pero sin la profundidad necesaria para lastimar al campeón de Argentina. Y lo pagó con la caída.
Resistió todo lo que pudo el cuadro de Medellín. Es que Armani se vistió de héroe en el primer tiempo. Gracias a sus enormes atajadas, Nacional no terminó en desventaja en el primer tiempo. A Teo lo tuvo de hijo, como si conociera cada secreto del costeño. Le puso una barrera a la red. Cinco situaciones netas tuvo el delantero colombiano y siempre perdió con el arquero argentino. Cuando el reloj apenas había cruzado el cuarto de hora, el número uno santafecino le tapó un tiro cruzado a Gutiérrez. Después, dos cabezazos.
Sufrió Nacional porque River pisó el área demasiado seguido, pero le jugó de igual a igual. No le tuvo miedo a la pelota el equipo verdolaga. Desde los pies de Cardona, fundamentalmente. Por el talentoso enganche que ya empieza a tomar cuerpo en la selección, los colombianos inquietaron a Marcelo Barovero. Sin embargo, les faltó mayor agresividad. Los millonarios les daban espacios, pero no siempre eran bien aprovechados por Orlando Berrío y Luis Carlos Ruiz.
Mostró personalidad Nacional. Plantó bandera para salir de contragolpe y estuvo muy cerca de vulnerar a Barovero cuando se extinguía el primer tiempo. Entonces, Cardona quedó de cara al gol, pero su derechazo fue tapado por el portero cordobés.
En el segundo tiempo River le tiró el Monumental encima a Nacional. Resolvió el juego con dos pelotas paradas. Con ese enguantado pie izquierdo, Pisculichi sirvió dos tiros de esquina que los defensores millonarios canjearon por gol, por el grito de esos 60.000 fanáticos que coparon Núñez. Se elevó Mercado, por encima de Ruiz, y clavó la pelota en un ángulo, haciendo imposible el esfuerzo de Armani. Y casi sin pausa, de otro tiro de esquina, llegó el cabezazo de Pezzella.
Osorio se desesperó en el banco. Metió manotazos de ahogado. Sacó a Mejía y a Nájera, dejó definitivamente tres defensores en el fondo. Le dio pista a Wílder Guisao y a Óscar Murillo. Después apostó a Sherman Cárdenas y prescindió de Berrío. ¿No debió haber sido antes el cambio? Lo cierto es que River siguió dominando el partido, ahora parado de contragolpe. Y pudo haber marcado el tercero cuando Nacional ni siquiera estaba cerca del descuento.
Dejó sangre, sudor y lágrimas Nacional. Otra vez quedó a un pasito de la gloria internacional, esa que se le volvió esquiva en las últimas décadas. El Rey de Copas colombiano es un merecido subcampeón. Sus hinchas, de todos modos, deben reconocer la entrega, el sacrificio, el hecho de haber sido uno de los mejores equipos visitantes en esta Copa Sudamericana.
Y aplaudir al campeón, que fue mejor y por eso hoy festeja, con un colombiano incluido como figura, porque en Núñez Teo está haciendo curso de ídolo. Además, con el regocijo de haber eliminado a Boca Juniors, su superclásico rival, en las semifinales. Con la felicidad de volver a las fuentes, como en su época más gloriosa. En especial, teniendo en cuenta que hace apenas dos años volvió a Primera División tras el crudo descenso.
Seguir a @Aleive7 Seguir a @futdelsalvador
No obstante, el sueño continental se desvaneció apenas en cinco minutos, en esas dos pelotas paradas que aprovecharon los defensores millonarios y que Franco Armani, el superhéroe del primer tiempo, no pudo detener. Y el campeón es argentino, se viste de banda roja y ya parece una bestia negra de los colombianos. Como aquellos duelos con América de Cali, en las Libertadores de 1986 y 1996, los millonarios se quedaron con el trofeo en disputa.
Y lo celebraron en un estadio cargado de gente, iluminado por los fuegos artificiales y esa pasión desatada por un título internacional que se les negaba desde 1997, cuando alzaron la Supercopa ante São Paulo de Brasil, aquí mismo, en el Monumental.
No pudo cumplir con su sueño de ganar un título fronteras afuera de Colombia el profesor Osorio. Y se le debe haber explotado ese bolígrafo rojo que utiliza para hacer sus anotaciones durante los partidos cuando Gabriel Mercado y Germán Pezzella aprovecharon dos tiros de esquina de Leonardo Pisculichi para ganar el partido. No defendió bien Nacional, a pesar de la altura de sus zagueros centrales. Y River le ganó en el cielo del área, nada menos.
Fue un justo vencedor el equipo argentino, que cosechó más méritos que el conjunto verdolaga. Y quedó claro: la final se perdió en el Atanasio Girardot, después de ese primer tiempo que terminó ganando y no pudo sostener en el complemento. En Buenos Aires tuvo situaciones aisladas, pero sin la profundidad necesaria para lastimar al campeón de Argentina. Y lo pagó con la caída.
Resistió todo lo que pudo el cuadro de Medellín. Es que Armani se vistió de héroe en el primer tiempo. Gracias a sus enormes atajadas, Nacional no terminó en desventaja en el primer tiempo. A Teo lo tuvo de hijo, como si conociera cada secreto del costeño. Le puso una barrera a la red. Cinco situaciones netas tuvo el delantero colombiano y siempre perdió con el arquero argentino. Cuando el reloj apenas había cruzado el cuarto de hora, el número uno santafecino le tapó un tiro cruzado a Gutiérrez. Después, dos cabezazos.
Sufrió Nacional porque River pisó el área demasiado seguido, pero le jugó de igual a igual. No le tuvo miedo a la pelota el equipo verdolaga. Desde los pies de Cardona, fundamentalmente. Por el talentoso enganche que ya empieza a tomar cuerpo en la selección, los colombianos inquietaron a Marcelo Barovero. Sin embargo, les faltó mayor agresividad. Los millonarios les daban espacios, pero no siempre eran bien aprovechados por Orlando Berrío y Luis Carlos Ruiz.
Mostró personalidad Nacional. Plantó bandera para salir de contragolpe y estuvo muy cerca de vulnerar a Barovero cuando se extinguía el primer tiempo. Entonces, Cardona quedó de cara al gol, pero su derechazo fue tapado por el portero cordobés.
En el segundo tiempo River le tiró el Monumental encima a Nacional. Resolvió el juego con dos pelotas paradas. Con ese enguantado pie izquierdo, Pisculichi sirvió dos tiros de esquina que los defensores millonarios canjearon por gol, por el grito de esos 60.000 fanáticos que coparon Núñez. Se elevó Mercado, por encima de Ruiz, y clavó la pelota en un ángulo, haciendo imposible el esfuerzo de Armani. Y casi sin pausa, de otro tiro de esquina, llegó el cabezazo de Pezzella.
Osorio se desesperó en el banco. Metió manotazos de ahogado. Sacó a Mejía y a Nájera, dejó definitivamente tres defensores en el fondo. Le dio pista a Wílder Guisao y a Óscar Murillo. Después apostó a Sherman Cárdenas y prescindió de Berrío. ¿No debió haber sido antes el cambio? Lo cierto es que River siguió dominando el partido, ahora parado de contragolpe. Y pudo haber marcado el tercero cuando Nacional ni siquiera estaba cerca del descuento.
Dejó sangre, sudor y lágrimas Nacional. Otra vez quedó a un pasito de la gloria internacional, esa que se le volvió esquiva en las últimas décadas. El Rey de Copas colombiano es un merecido subcampeón. Sus hinchas, de todos modos, deben reconocer la entrega, el sacrificio, el hecho de haber sido uno de los mejores equipos visitantes en esta Copa Sudamericana.
Y aplaudir al campeón, que fue mejor y por eso hoy festeja, con un colombiano incluido como figura, porque en Núñez Teo está haciendo curso de ídolo. Además, con el regocijo de haber eliminado a Boca Juniors, su superclásico rival, en las semifinales. Con la felicidad de volver a las fuentes, como en su época más gloriosa. En especial, teniendo en cuenta que hace apenas dos años volvió a Primera División tras el crudo descenso.
0 comentarios :
Publicar un comentario