El primer motivo es que se trata, simplemente, del último entrenador que ha conducido a Brasil a la conquista de un título mundial, cuando se hizo cargo de un plantel desacreditado en la competición preliminar y confeccionó el equipo de Ronaldinho, Ronaldo y Rivaldo que alzó el trofeo en Corea/Japón 2002. Pero además de eso y de un historial nada desdeñable de títulos con distintos clubes, en la hoja de servicios de Felipão figura un notable trabajo con la selección portuguesa, que empezó precisamente así, en casa.
Al guiar a los lusos, anfitriones, a la final de la Eurocopa 2004, Scolari restableció la moral y el orgullo del país, y lo culminaría con la campaña rumbo a la semifinal de la Copa Mundial de la FIFA 2006, la primera que alcanzaba el combinado portugués en el certamen desde hacía 40 años.
Tan solo un carácter y un currículum semejante permiten hacer frente a todo lo que está en juego para Brasil de ahora en adelante. “La diferencia es que al país que organiza un torneo siempre se le exige un poco más, como si necesariamente tuviese la mejor selección y los mejores jugadores”, contó a FIFA.com poco después de volver al puesto, a finales de 2012, antes de obtener brillantemente la Copa Confederaciones de la FIFA 2013. “Ganar es una obligación, sí, pero una obligación que, para mí, pasa a ser común, normal”.
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